La relación entre Israel y los Estados Unidos: ¿Quién manda? ¿Puede la cola menear al perro?

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La blitzkrieg de Israel en Gaza el invierno pasado, como todas sus otras agresiones contra los palestinos, fue posible gracias al enorme apoyo financiero de EEUU para Israel, aproximadamente $3,000 millones al año, en combinación con el incondicional apoyo político — a pesar del uso de tácticas genocidas.

En años recientes ha habido una variedad de libros y artículos que atribuyen dicha relación letal a la influencia del bien financiado y organizado grupo de presión (lobby) a favor de Israel en los EEUU. El libro The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy, de los profesores John Mearsheimer y Stephen Walt, representa una perspectiva a favor del gobierno de EEUU. Otros textos adoptan un punto de vista antiimperialista, como los del profesor de sociología jubilado James Petras (The Power of Israel in the United States) y del autor izquierdista Alexander Cockburn (en The Nation y CounterPunch).

Estos escritores arguyen que cuando Israel dice “Salten”, los Estados Unidos responden “¿Qué tan alto?” Este es un peligroso error. El pequeño, aislado y dependiente Israel no puede dar órdenes al gigante imperialista de EEUU de la misma manera que una cola no puede menear a un perro. Afirmar lo contrario encubre la culpabilidad de EEUU por los crímenes contra los palestinos e impide la lucha por la justicia en el Oriente Medio.

Al servicio de los intereses de EEUU. Después de la Segunda Guerra Mundial, los EEUU se convirtieron en el poder más importante del mundo y comenzaron a arrebatarle a Inglaterra el control del Oriente Medio.

El apoyo a Israel se intensificó en la década de 1960 cuando el presidente Kennedy autorizó la primera venta importante de armas a Israel. Esto fue parte de un plan durante la Guerra Fría para contrarrestar las ventas de armas de la Unión Soviética y para controlar su influencia en el Oriente Medio a la vez que se incrementaban las ganancias para EEUU. Después de la Guerra de los Seis Días en junio de 1967, los EEUU, impresionados por la victoria de Israel contra Egipto, Jordania y Siria, incorporaron a Israel como un bien vital.

La ayuda de EEUU a Israel es una garantía de billones de dólares provenientes de los contribuyentes que llenan los bolsillos de los fabricantes de armas. Y, por medio de la represión de los palestinos y las guerras con sus vecinos, Israel sirve de laboratorio para el desarrollo y la prueba de armas a beneficio del Tío Sam.

Alexander Haig, secretario de Estado bajo Reagan, es uno de los muchos funcionarios que han reconocido el valor de Israel para EEUU como un apoderado militar — según las palabras de Haig, “es el portaaviones americano más grande del mundo”, el cual no se puede hundir y no lleva ni un soldado de EEUU. Obviamente, desde la perspectiva del imperio, los trabajadores y los soldados de Israel son simplemente carne de cañón.

Donde se equivocan los críticos. El lobby para Israel es una aglomeración de organizaciones sionistas (nacionalistas judíos), cristianos de derecha, políticos a favor de Israel, capitalistas financieros, y judíos estadounidenses ricos que apoyan los intereses corporativos de EEUU en el Oriente Medio. La cooperación de los distintos integrantes del lobby creció, y su fuerza se incrementó, después de la Guerra de los Seis Días en 1967.

Los críticos del lobby están en desacuerdo debido a sus filosofías políticas.

Los profesores Walt y Mearsheimer representan una perspectiva minoritaria en un debate de la clase dirigente sobre la mejor manera de lograr las metas del imperialismo de EEUU a través de su relación con Israel. Estos se oponen al lobby, pero no a la idea de un estado judío; piensan que Israel debería ser más “justo” con los palestinos. No están de acuerdo que el sionismo, por definición, impida la igualdad de los no judíos en Israel.

Walt y Mearsheimer culpan al lobby de mermar a EEUU como fuerza moral y mediador internacional por la democracia en el Oriente Medio. Sin embargo, esta caracterización benévola de la función de Washington es absurda. Los millones de personas que han sufrido y muerto como resultado de las políticas internacionales de EEUU son una prueba de ello.

El antiimperialista James Petras, según una noción sorprendentemente patriótica, está de acuerdo en que los EEUU y su “democracia” son afectados por el control del lobby sobre las políticas del Oriente Medio. La implicación es que las torturas y asesinatos de EEUU son imitación de las prácticas israelitas.

¿Se le ha olvidado a Petras la Escuela de las Américas, la cual enseñó técnicas de tortura a dictadores del Hemisferio Occidental durante décadas, o el sistema de apartheid en Sudáfrica, basado en la segregación de tipo Jim Crow en el sur de EEUU? ¿No es capaz de ver las semejanzas entre las atrocidades contra los nativos americanos y los palestinos? Inclusive Petras ataca a Noam Chomsky, un crítico mejor conocido del imperialismo de EEUU, pues Chomsky sí hace a Washington responsable de sus crímenes en otros países.

Alexander Cockburn arguye que el lobby hace que disminuya la opinión antiguerra en el Congreso y fomenta la guerra en Irán. Afirma que el enorme apoyo a Israel por parte del Congreso es una ación del poder del AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí) y otras organizaciones judías de cabildeo para Israel.

Sin embargo, el lobby no determina las acciones de EEUU en el Oriente Medio. Lo que motiva a EEUU, antes que nada, es su dependencia en el petróleo de la región — lo cual significa el sofocar la rebelión árabe. Los objetivos de Washington coinciden felizmente con las ambiciones expansionistas de su colega menor, Israel.

Y fundamentalmente lo que impulsa al lobby es un entendimiento común de que Israel no sobreviviría ni un día sin el apoyo de EEUU, y que dicho apoyo no es incondicional. Su misión constante es garantizar que Washington siga convencido de que Israel es un agente leal e indispensable de los intereses de EEUU en el Oriente Medio.

Tanto Petras como Cockburn culpan al lobby del apoyo del Partido Demócrata por la guerra en esa región. No obstante, aparte del lobby, la historia demuestra que los demócratas son un partido de guerra igual que los republicanos, en el Oriente Medio y en el resto del mundo.

La clase aclara. Por rutina, los defensores de Israel acusan a todos sus críticos, incluyendo a los mencionados anteriormente, de ser antisemíticos. Pero el pueblo judío no es lo mismo que el Estado de Israel.

Ésta, sin embargo, es una distinción que mucha gente no reconoce — y, por supuesto, el mismo estado nacionalista judío fomenta la asociación de los dos conceptos. Por esta razón, culpar falsamente al lobby para Israel — con frecuencia denominado el lobby judío — de la política exterior de EEUU que fomenta el antisemitismo. Esto perpetúa el estereotipo de que los judíos son unos intrusos malévolos, que pueden mágicamente dar órdenes al más despiadado imperio en la historia del mundo, lo cual hace de los judíos los chivos expiatorios del imperialismo de EEUU. También desprecia y se burla de todos los judíos que no son simpatizantes sionistas a favor de Israel.

Existen profundas diferencias de clase en el pueblo judío, como en cualquier otro pueblo. Los trabajadores judíos cuentan con una rica tradición de políticas socialistas y de unión a otros grupos para luchar por los desvalidos. No los guía el sionismo, el cual, según su fundador Theodore Herzi, fue creado para proporcionar a los judíos una alternativa a la revolución.

Dichos trabajadores tampoco son “judíos que se odian a sí mismos”. Y tampoco son antisemíticos como tampoco lo son muchos otros marxistas y humanistas que critican a Israel.

Al contrario, ellos ven la despiadada sed de lucro como la única explicación racional de las atrocidades de EEUU e Israel. La clase dirigente no quiere paz pues la guerra es indispensable para garantizar su poder y sus ganancias.

¿Qué hará posible la paz? En lugar de ser un refugio seguro para los judíos, es obvio que el estado de Israel es una amenaza para ellos, así como para todos los habitantes del Oriente Medio. Ninguna persona pobre, ningún trabajador ni refugiado está seguro dentro o fuera de Israel.

La historia ha demostrado que el Israel sionista como tierra exclusiva para los judíos es un concepto inherentemente racista y no puede durar mucho. La única solución posible es un estado palestino e israelí secular y democrático, con una economía socialista que haga desaparecer las divisiones y las desigualdades. Cada vez hay más personas que creen que la solución de un estado es la única solución.

El reciente bombardeo de Gaza desató la indignación internacional, incluyendo una rebelión de judíos comprometidos a que se acabe el sionismo. Aunque las encuestas en ese momento demostraron que la mayoría de los israelíes, arengueados por su gobierno y los medios de comunicación, apoyaban el ataque contra Gaza, en Tel Aviv 10,000 israelitas se manifestaron contra este ataque. Jóvenes y soldados israelitas siguen protestando y son encarcelados por rehusarse a ocupar territorios.

La clase trabajadora árabe y judía, unida contra el capitalismo en el Oriente Medio y en los EEUU, puede imbuir la lucha con nuevos ímpetus para llevar la paz a esta torturada región.

Envíale un mail a Adrienne Weller, veterana judía de la organización antifascista, a adrienne.w@earthlink.net.

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