Las causas de la crisis de migrantes en México y Guatemala

1o. de diciembre de 2019. El recién investido presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) levanta los brazos en señal de triunfo. FOTO: Presidency of Mexico
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Hay más de una forma de crear un muro fronterizo. Se puede construir con acero y cemento o con políticas de inmigración tan retorcidas que socavan la solidaridad humana. Este es el muro más fuerte que Trump está construyendo.

La administración republicana, como la demócrata anteriormente, está tratando de empujar a los migrantes en la frontera de Estados Unidos hacia México y América Central utilizando leyes perversas y violencia. Lo nuevo es obligar a decenas de miles de personas desesperadas a esperar sus audiencias de asilo fuera de los Estados Unidos en condiciones extremadamente peligrosas.

Esto está creando una enorme crisis humanitaria en las fronteras de México y Guatemala, una crisis en gran parte fuera de la atención del público de EE. UU., a la vez que los medios nacionales se obsesionan con las próximas elecciones presidenciales de 2020.

Políticas orwellianas. Hace poco más de un año, Trump promulgó los exageradamente mal denominados, Protocolos de Protección de Migrantes, también conocidos como la política de “Quédense en México”. Según esta directiva, todos los inmigrantes no mexicanos deben esperar fuera de los Estados Unidos para solicitar asilo. Para estas personas, en su mayoría centroamericanos, pero también brasileños, haitianos, cubanos y otros, las condiciones a lo largo de la frontera son aterradoras.

Las condiciones no son mejores para los mexicanos. Se les trata siguiendo una política diferente conocida como “medición”. Esperan semanas o meses en México para las audiencias celebradas en carpas, y se llevan a cabo a través de una conexión de video, pero en su mayoría se les deniega la entrada.

Ahora Trump insiste en que los mexicanos indocumentados que ya están en los EE. UU. sean enviados a Guatemala, un llamado “tercer país seguro”, para solicitar asilo.

Trauma en la frontera. En enero, Médicos sin Fronteras informó que 55,000 personas que acudieron a sus clínicas a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México habían sido víctimas de violencia. Son víctimas de delincuentes que los secuestran y extorsionan a sus familias en los Estados Unidos para pagar el rescate por su liberación. Son violados, estafados y asesinados. Lo peor de todo, es que los carteles los ven como una nueva fuente de ingresos. Aquellos que intentan ayudarlos corren el riesgo de ataques o extorsión.

El estrés de caminar miles de millas en este infierno fronterizo es tan traumático que al menos un solicitante de asilo hondureño se suicidó en enero inmediatamente después de que se le denegó la entrada a los EE. UU.

Empujando la frontera de Estados Unidos / México hacia el sur. En noviembre, Trump presionó a los gobiernos de Guatemala, Honduras y El Salvador para que firmaran acuerdos de “tercer país seguro” a pesar de que cuentan con los mayores índices de homicidios de América Central. Estos acuerdos requieren que los migrantes soliciten asilo en los EE. UU. desde uno de estos países extremadamente pobres y violentos plagados por fuerzas policiales y gobiernos corruptos, o que regresen a sus hogares.

Aunque en enero el presidente saliente de Guatemala negó haber accedido a recibir migrantes de México, ya se ha enviado en avión hacia Guatemala a hondureños y mexicanos sin avisarles sobre su destino. En su mayoría mujeres y niños, llegan sin nada más que la ropa que llevan puesta a un país que tiene poca protección social.Esto es una violación del Protocolo de las Naciones Unidas de 1967 sobre el Estatuto de los Refugiados.

Según las leyes internacionales y estadounidenses, es ilegal enviar refugiados a países donde pueden ser perseguidos o torturados. El desafío legal de la ACLU contra “Quédense en México” y contra los acuerdos de “tercer país seguro” probablemente lleguen en breve a la Corte Suprema.

México se doblega ante el imperialismo estadounidense. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO) asumió el cargo en diciembre de 2018. Al principio de su administración, abogó por una política de libre tránsito para los migrantes en México y denunció a sus predecesores por haber hecho lo que denominó “el trabajo sucio de Washington”. No obstante, la situación cambió en noviembre de 2019 cuando la administración de Trump amenazó con imponer aranceles a todos los productos mexicanos si no detenía el flujo de inmigrantes.

Un año después, en enero de 2020, en lugar de tapetes de bienvenida, 4,000 migrantes que intentaban cruzar a Hidalgo, México, desde Tecún Umán, Guatemala, se enfrentaron a nubes de gas lacrimógeno y a cientos de policías militares y tropas de la Guardia Nacional, todos con equipo antidisturbios.

Golpeando sus porras contra sus botas, estos hombres de la ley avanzaron contra los viajeros exhaustos, incluidas mujeres y niños. Los jóvenes, en su mayoría hombres, resistieron con puños, rocas y gritos de “¡Paz, paz!” Alrededor de 800 cruzaron la frontera, pero la policía acorraló a tantos como pudo y los subió a autobuses y aviones para un rápido regreso a sus países de origen, principalmente Honduras y Guatemala.

La respuesta a la hipocresía de AMLO en México fue fuerte. El columnista Enrique Acevedo, del periódico Milenio, describió al gobierno de AMLO como “atrapado en la contradicción moral de ofrecer asilo VIP a Evo Morales (expresidente boliviano) con un avión privado y seguridad, mientras que abandona a miles de niños y mujeres en campamentos improvisados al sur de su país”.

El poder del internacionalismo. La gente común de México es conocida por su amabilidad con los migrantes que cruzan su país. En las comunidades a lo largo de las vías de La Bestia, el tren que lleva a los viajeros hacia el norte, las mujeres cocinan comida y la reparten gratuitamente a aquellos a los que lo único que los acompaña son sus sueños. La solidaridad inherente de estas mujeres es un enorme contraste con la depravación de las instituciones estadounidenses y mexicanas.

En esta temporada electoral, los estadounidenses podemos mostrar nuestros verdaderos valores asegurándonos de que la crisis de los migrantes no se convierta en una cuestión aislada que afecta únicamente a los inmigrantes indocumentados en los EE. UU. Ahora es el momento de alzar nuestras voces y exigir que, independientemente de quién se haga presidente, él o ella debe derribar el muro de papel de la administración y “¡Abrir la frontera!” en nombre de la humanidad.

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