Los precios de muchos productos básicos que los trabajadores necesitan para sobrevivir siguen subiendo o se mantienen obstinadamente altos. El crecimiento salarial observado en los últimos 18 meses, el cual redujo la inflación en el caso de algunas personas, ahora está en declive. Los cambios bruscos y la escasez en la cadena de suministro están comenzando a disminuir, pero las corporaciones mantienen los precios altos porque, dada la limitada competencia, pueden hacerlo. ¿Cómo pueden los trabajadores encontrar alivio?
La inflación y sus causas. En los Estados Unidos, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) emitido por la Oficina de Estadísticas Laborales es una medida de los precios medios de mercado de productos específicos a lo largo del tiempo, el cual aumentó un 0.4% en septiembre de 2022 y ha subido un 8.2% en el último año.
No obstante, el cambio real en ciertos precios en comparación con hace un año es más revelador. Para nombrar solo algunos promedios nacionales, la mantequilla y los huevos aumentaron más del 30 %, el transporte público un 27 % y la gasolina un 18.2 %. En varios estados, la vivienda de alquiler ha aumentado en dos dígitos.
Los salarios, por otro lado, disminuyeron un 0.1% en septiembre y han caído un 3% año tras año cuando se ajustan por inflación. Además, han caducado todos los programas federales de asistencia de la era de la pandemia que protegían temporalmente a los trabajadores.
Si no son las interrupciones en la cadena de suministro causadas por eventos globales lo que está afectando a los bolsillos de los trabajadores, entonces es la despiadada codicia de las grandes corporaciones. Casi todas las industrias que proporcionan bienes y servicios vitales (alimentos, productos farmacéuticos, automóviles, banca, combustible, cablevisión y más) están dominadas con un poder casi monopólico de unos cuantos gigantes.
Dichos gigantes ponen como pretexto los conflictos internacionales supuestamente fuera de su control para aumentar los precios muy por encima de sus costos de producción mientras se ríen de todos a la hora en que se llenan los bolsillos con sus enormes ganancias. El Instituto de Política Económica descubrió que desde que comenzó la recuperación de la recesión de COVID-19, los crecientes márgenes de ganancias han representado aproximadamente el 40% del aumento de los precios en los EE. UU.
Controles de precios y otras soluciones parciales. Hay dos formas de control: “pisos” y “techos”.
Aumentar el piso, es decir, los salarios mínimos, sería de gran ayuda. En los Estados Unidos, el sueldo mínimo federal de $7.25 por hora no ha aumentado desde 2009, ¡y la tarifa federal para empleados que reciben propinas de $2.13 es una vergüenza! Trabajadores en 30 estados, Washington DC. y Puerto Rico tomaron la iniciativa y obtuvieron salarios por encima del mínimo federal, lo que les dio un pequeño respiro, pero el salario mínimo aún está vigente en 20 estados. Además, el salario mínimo federal y muchos otros no suben con la inflación como deberían.
Los “techos” de precios se han aplicado en todo el mundo en los últimos 100 años, con un éxito mixto para los trabajadores. Se han utilizado en tiempos de calamidad económica y de guerra.
Tanto en las guerras mundiales como en las guerras de Corea y Vietnam, los controles de precios y salarios y el racionamiento de productos básicos eran algunas de las medidas temporales a la vez que Estados Unidos canalizaba enormes recursos para financiar la guerra. (La producción relacionada con la guerra representó el 52% del producto nacional bruto durante la Primera Guerra Mundial). Durante la Segunda Guerra Mundial, se crearon nuevas dependencias gubernamentales, incluida la Oficina de Administración de Precios, para supervisar la producción y los precios de los productos básicos que escaseaban y contaban con una gran demanda. Tales medidas también se emplearon durante la Guerra de Corea y después de la Guerra de Vietnam para mantener baja la inflación, pero se empeoró de nuevo cuando se eliminaron dichas medidas.
Hay otros métodos de mantener bajos los precios que no reducen los salarios y se localizan en una curva de efectividad; algunos son más eficaces que otros.
Los EE. UU. cuentan con Medicare y Medicaid, que son programas públicos de seguro de salud limitados a personas mayores y de bajos ingresos. Pagan principalmente por servicios y medicamentos del sector privado, por lo que están sujetos a los mercados capitalistas. Su capacidad para controlar los precios es limitada y, a menudo, está prohibida por la ley. No están tan disponibles ni son tan rentables como la atención médica totalmente pública en el Reino Unido y Francia.
La vivienda pública en los EE. UU., originalmente un programa del Nuevo Trato de la década de 1930, limita los alquileres al 30 % de los ingresos de los inquilinos. Cuando estuvo ampliamente disponible, mantuvo todo el mercado de la vivienda más asequible debido a la competencia, pero se ha visto constantemente privado de fondos durante décadas. El control de alquileres se ha utilizado en ciertas ciudades, pero comienza con precios de mercado inasequibles y ha sido socavado por desarrolladores y políticos, de modo que la oferta de viviendas disponibles es limitada.
La compañía petrolera estatal brasileña, Petrobras, controla el 80% de la capacidad de refinación y sus dirigentes deben obtener permiso federal para incrementar los precios. En los EE. UU., son cada vez más fuertes los esfuerzos para gravar las extraordinarias ganancias de las industrias como la del petróleo y el gas y para disolver los fideicomisos que permitan reintroducir la competencia.
La nacionalización. El control de precios, la regulación, los impuestos y la propiedad pública parcial de ciertas empresas confieren a los trabajadores una oportunidad relativamente mayor de sobrevivir, pero nunca tendrán tanto éxito como las industrias totalmente nacionalizadas bajo el control de los trabajadores, donde se elimina el poder del mercado privado. La nacionalización no solo puede determinar los precios, sino que también puede dar paso a un uso mucho más eficiente de los recursos para satisfacer las necesidades humanas y del planeta, y no las ganancias privadas.
Si solo la industria de la energía se nacionalizara en los países más desarrollados, se podrían estabilizar los precios a nivel mundial y otorgar a la humanidad la oportunidad de luchar para frenar y eventualmente revertir el calentamiento global mediante la eliminación gradual de los combustibles fósiles y a través del cambio a fuentes sostenibles de energía.