A mediados de octubre, las mujeres comenzaron a publicar #MeToo tras la denuncia del grotesco comportamiento del magnate de Hollywood Harvey Weinstein. En cuestión de días, millones de mensajes y tweets de hombres y mujeres, revelaron que el acoso sexual en el trabajo es una realidad generalizada.
Aunque la mayor parte de la cobertura de #MeToo se ha centrado en los depredadores célebres, algunos rayos de luz han penetrado en los rincones más oscuros de la humillación y la violencia sexual en el lugar de trabajo. Si bien cualquier persona puede ser atacada, las mujeres de color con el salario más bajo y los inmigrantes son especialmente vulnerables. Sufre de abusos hasta el 80 por ciento de los empleados en restaurantes y hoteles, el trabajo doméstico y de limpieza, el trabajo agrícola de migrantes, los oficios manuales y no tradicionales, y los militares.
Identificando el origen. #MeToo ha comenzado a revelar quién se ve afectado tomando en cuenta a todas las mujeres que trabajan, pero ha surgido poco que explique el porqué. La historia principal describe los defectos personales de los hombres a nivel individual; critica el ejemplo establecido por nuestro abusador en jefe; correctamente observa que la violencia sexual se trata del poder, no del sexo; y a veces hace referencia al confuso concepto de “cultura de violación”. Pero, ¿cuáles son las causas materiales e históricas que han hecho posible el arraigo del abuso sexual en el lugar de trabajo?
La génesis radica en la posición de las mujeres en la sociedad. Tan pronto como surgieron las divisiones de propiedad privada y clases sociales hace unos 5,000 años, las mujeres y los niños se convirtieron en propiedad de los hombres. La violación no era un crimen contra una mujer como individuo, sino un ataque a la propiedad de su padre o esposo. Este principio persistió en la legislación de los EE. UU. hasta la década de 1990, cuando finalmente, todos los estados reconocieron que un esposo no tenía derecho a violar a su esposa.
Este residuo de propiedad impregna el ambiente de trabajo, y no solo en el caso de las mujeres. Clara Fraser, fundadora de Mujeres Radicales, observó hace décadas que el trabajo era el único lugar en la sociedad estadounidense donde la dictadura se consideraba aceptable y la Declaración de Derechos no se aplicaba. La organizadora de Mujeres Radicales de Seattle, Gina Petry, señala que “el lugar de trabajo muestra claramente la intersección del capitalismo y el patriarcado. El bullying sexual es una forma devastadora de reforzar el poder de los patrones y de mantener subordinadas a las mujeres y a todos los trabajadores intimidados”. Presionar a los trabajadores para que sean cómplices socava la solidaridad y la capacidad de organización.
Defiéndete. El proceso de reflexión sobre #MeToo pareció estallar abruptamente, pero la resistencia a la violencia sexual en el lugar de trabajo tiene profundas raíces. Las primeras acciones de trabajadores liderados por mujeres en los Estados Unidos tuvieron lugar en la década de 1830 cuando en Lowell, Massachusetts, los trabajadores textiles se declararon en huelga para protestar por condiciones inhumanas, incluido el abuso físico y sexual.
La batalla contra la violencia sexual en el trabajo se incrementó a raíz de la segunda ola del feminismo, con un fuerte liderazgo de mujeres de color. En 1978, Mechelle Vinson presentó una demanda contra su supervisor que dio como resultado el fallo unánime del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de 1986 de que el acoso sexual violaba las leyes federales contra la discriminación y que las compañías podían ser consideradas responsables.
Cinco años después, Anita Hill se convirtió en el centro de atención nacional cuando testificó ante el Congreso sobre el trato lascivo y degradante que recibió de su anterior jefe y candidato a la Corte Suprema, Clarence Thomas, pero se encontró con incredulidad y desprecio. Su relato fue descartado como una situación de “él dijo, ella dijo”, el mismo destino que le espera a otros que desafían a sus torturadores. Los estudios han demostrado que la gran mayoría de las quejas son ciertas.
También fue una mujer afroamericana, Tarana Burke, quien comenzó la campaña #MeToo hace diez años para brindar apoyo a los sobrevivientes de ataques sexuales, especialmente a niñas de color.
Haciendo un cambio real. En 2018, el movimiento #MeToo enfrentará nuevos desafíos y deberá ir más allá de las revelaciones para idear los remedios. La gran mayoría de los depredadores del lugar de trabajo no están sujetos a la vergüenza de Twitter, y la justicia a través de Facebook no es una opción para los trabajadores mal pagados o indocumentados desesperados por mantener sus trabajos.
El movimiento también debe lidiar con las distorsiones de una serie de oportunistas, incluidos aquéllos sin escrúpulos que inventan informes falsos para desacreditar las protestas genuinas, y para arrinconar a opositores políticos y periodistas.
Los activistas deben rechazar el extremismo con llamados a la “cero tolerancia”, pues tal extralimitación solo alimenta la reacción negativa que ya está surgiendo contra #MeToo. La mayoría de las mujeres y hombres feministas reconocen que tratar con los delincuentes requiere mesura. Los comentarios vulgares no son aceptables, pero están muy lejos de violar a los jóvenes de 14 años, y debe haber un rango comparable de reacciones. Los presuntos perpetradores deben tener el debido proceso pero las normas de pruebas que se requieren deben tener en cuenta que generalmente no hay testigos. Para empezar, los demandantes múltiples deben considerarse como corroboración y se deben excluir las represalias contra los acusadores.
El liderazgo del movimiento laboral es crítico pero como lo constataron las mujeres en las dos plantas de Ford en Chicago, los sindicatos pueden ser parte del problema. Enfrentadas a la agresión sexual, el insulto y la coacción, a las mujeres de este bastión mayoritariamente masculino, los funcionarios sindicales les parecían demasiado blandos con la empresa y veían que dichos funcionarios le daban prioridad a la defensa de sus compañeros de trabajo en lugar de ayudarlas a ellas. Las mujeres ganaron demandas contra Ford en la década de 1990 y en 2017.
Hay esfuerzos notables para empoderar a los más vulnerables, tal como la Coalición de Trabajadores de Immokalee, que incluye compromisos contra el acoso sexual en sus acuerdos del Programa de Alimentos Justos con compañías agrícolas y de comida rápida. Otros, tal como la Alianza Nacional de Campesinas, han extendido su solidaridad con los activistas de #MeToo de Hollywood. Muchos sindicatos y organizaciones que representan a la industria de servicios, en la que predominan las mujeres, incluidas las trabajadoras domésticas y de conserjería, se están enfocando en estos temas.
El ir tras los delincuentes individuales inevitablemente fracasará si persisten las condiciones sociales y económicas que fomentan la humillación y la coacción. En concreto, no se trata de individuos aberrantes, sino de un sistema que devalúa y busca controlar a las mujeres, las personas de color y todos los trabajadores.
Los elementos clave para combatir el acoso sexual y la violencia incluyen terminar con la discriminación de género y todas las formas de intolerancia; implementar acciones afirmativas y salarios dignos comparables; otorgar permisos pagados para recuperarse del acoso y beneficios por discapacidad para quienes desarrollen el trastorno por estrés postraumático o TEPT, incluidas las mujeres militares y los hombres.
#MeToo es más poderosa cuando está inserta en una amplia lucha socialista feminista por el cambio fundamental, incluido el control democrático del lugar de trabajo por parte de los trabajadores y sindicatos fuertes dirigidos por mujeres fuertes.
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