Un creciente número de casos de COVID-19, un presidente que rechaza las pruebas, que no toma en serio la pandemia, que no está dispuesto a usar cubrebocas en público. Suena como la “gran América” de Trump, ¿verdad? En realidad, ¡es México! El gobierno del presunto presidente de izquierda, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha adoptado políticas que han disparado la tasa de infección del virus y han lanzado a millones de trabajadores e indígenas a la extrema pobreza. A medida que aumenta la negligencia del gobierno, también aumenta la indignación de un pueblo cuya militancia ha sido un ejemplo para otros en todo el mundo.
México ya estaba en una crisis de salud antes de que surgiera el coronavirus. Aunque su economía ha sido una de las más sólidas de América Latina, el gasto para la atención médica es solo del 3 por ciento del producto interno bruto. En la región, solo Venezuela y Guatemala asignan una proporción menor. Presidente tras presidente reciente ha reducido el presupuesto de salud.
Los anticuados hospitales públicos carecen de suministros, incluido el equipo de protección personal (EPP). El salario de los trabajadores médicos es tan escaso que la falta de personal es un problema desde hace mucho tiempo. Con exceso de trabajo y poco protegido, el personal de salud constituyó el 20% de los casos de COVID-19 a principios de junio. Como resultado, cientos de pacientes mueren innecesariamente.
Pueblos indígenas devastados. Las comunidades indígenas de México han sido particularmente afectadas, tanto desde el punto de vista sanitario como económico. Cuauhtémoc Ruíz, líder del Partido Obrero Socialista de México, señala: “La población indígena es quizás la más afectada por la pandemia. La construcción se ha detenido, y de los millones que trabajan en ese campo, entre el 20% y el 30% son indígenas. No han tenido trabajo en meses “.
Un gran número de mexicanos indígenas también están involucrados en el trabajo doméstico, en turismo y en la venta en las calles de objetos de uso cotidiano, lo cual es parte de la economía informal. La cuarentena y el consiguiente cierre económico afectan gravemente estos medios de subsistencia, y el hambre es un resultado común.
Ruíz nos contó de la difícil situación de Augustina Campos, una mujer indígena de Ayutla, Guerrero. Ella y sus hijos suelen vender paletas, papas fritas y tortillas en la calle. COVID ha hecho esto imposible. En el pasado, cuando la familia se enfrentaba al hambre, sobrevivían yendo a su tierra natal en las montañas para adquirir alimentos básicos como maíz, frijoles y plátanos. Esa ya no es una opción ya que los líderes indígenas restringen la entrada a tierras comunales para evitar el contagio.
En el estado de Oaxaca, el POS cuenta con muchos miembros indígenas que son maestros. Como servidores públicos, siguen recibiendo su salario, pero ven cómo la devastación económica y el hambre están afectando a la mayoría de la comunidad. Los miembros de POS también son líderes en el sindicato de la educación y han organizado bancos de alimentos para intervenir cuando el gobierno no actúa.
Una guerra contra los trabajadores al norte y al sur de la frontera. Aunque la pobreza es mayor en México, los trabajadores estadounidenses y mexicanos enfrentan desafíos similares con corporaciones multinacionales y funcionarios gubernamentales que protegen a las grandes empresas. La tendencia hacia los bajos salarios y la proliferación de la gig economy destruyen los buenos empleos. Como resultado, muchos trabajadores estadounidenses se encuentran en el mismo sector informal en el que millones de mexicanos han sufrido durante décadas. Cuando el COVID cerró ambas economías, los paquetes de estímulo en ambos lados de la frontera fluyeron hacia las grandes empresas, mientras que las pequeñas empresas y sus empleados se descapitalizaron. Las industrias con los trabajos más peligrosos y menos remunerados, como el empaquetamiento de carne y la agricultura, siguieron operando en sitios de trabajo sin medidas de precaución, creando así puntos de alto contagio del coronavirus.
Cuando los tres grandes fabricantes de automóviles de Detroit reiniciaron labores en las plantas de los EE. UU., se presionó para que abrieran las maquiladoras de refacciones de Juárez y otras áreas fronterizas. Esto ocurrió a finales de mayo, a medida que aumentaban los casos de coronavirus en México. Ahora está claro que reunir a los trabajadores nuevamente en estos trabajos no esenciales fue un error mortal para la salud pública en ambos países. La solidaridad entre los trabajadores estadounidenses y sus homólogos mexicanos es vital para resolver el problema. El virus y los defectos económicos subyacentes son transfronterizos y requieren de soluciones internacionales.
Solidaridad de la clase trabajadora. Al unirse con el POS mexicano y otros revolucionarios latinoamericanos, el FSP está construyendo solidaridad internacional para abordar la crisis actual del capitalismo que la pandemia ha revelado. Esto se lleva a cabo a través de la colaboración en todo el hemisferio en el Comité por el Reagrupamiento Internacional Revolucionario (CRIR), compuesto por el FSP, POS, el Partido Socialismo y Libertad de Argentina y el Movimiento Revolucionario Socialista de Brasil.
Un desafío básico para el CRIR es exponer a los gobiernos populistas de izquierda como los de AMLO en México. Dichos líderes hablan de ser socialistas y prometen reformas radicales para los trabajadores y los pobres. De esta manera, ganan a un gran número de votantes en las elecciones, pero su lealtad es hacia el capital internacional.
Esto es evidente pues eligen hacer pagos a la deuda externa en lugar de financiar la salud pública en medio de una pandemia. Además, cuando los trabajadores salen a las calles para exigir protección contra el COVID en el trabajo, estas administraciones populistas usan inmediatamente la fuerza policial y militar contra manifestantes y huelguistas. Para crear este tipo de represión, AMLO creó una Guardia Nacional como fuerza armada adicional que se unió a la policía federal y local, así como al ejército.
Es obvio que se necesitará más que defensores del capitalismo aparentemente izquierdistas para resolver la pandemia de COVID-19 y para crear una economía que satisfaga las necesidades de la humanidad. Definitivamente AMLO no es la respuesta. De hecho, es la clase trabajadora de México cuya capacidad de lucha indica el camino a seguir.
Existen numerosos ejemplos de trabajadores mexicanos que han demostrado tener la fuerza y la determinación necesarias para defender su vida ante la pandemia: los maestros indígenas militantes de Oaxaca que han pasado años evitando la privatización de las escuelas, así como las mujeres que llevaron a las calles una huelga general para detener el feminicidio y el abuso sexual; la gran huelga de trabajadores de maquiladoras en enero pasado, así como el personal médico y los doctores que hacen piquetes para exigir suministros y EPP contra el COVID-19.
La clase trabajadora mexicana, unida a sus aliados en todo el mundo, tiene el poder de derrotar a la pandemia y exponer las injusticias criminales del sistema que las crea.