¿Por qué la Mara Salvatrucha (MS-13) está recibiendo tanta atención ahora? La respuesta a esta pregunta radica en las políticas racistas y acusatorias de la administración de Trump y de la clase corporativa que representa.
Trump usa a la pandilla como chivo expiatorio y promueve políticas de “cero inmigración” contra todos los migrantes de América Latina, a los que llama “personas malas, criminales, traficantes de drogas”. Todavía no está claro si el insulto de Trump de 2018, “Estos no son personas”. Son animales”, se refiere a los miembros de la MS-13 o a todos los inmigrantes latinos.
La verdadera historia es que la falta de acceso a la educación y a empleo para jóvenes de color causadas por el racismo, la segregación y las desigualdades de clase inherentes al capitalismo, es lo que los lleva a participar en pandillas y actividades delictivas.
Raíces de la MS-13 en los EE. UU. La pandilla tiene una membresía de aproximadamente 70,000, y sus clicas o bases clásicas se extienden por el Triángulo Norte de Centroamérica (NT), El Salvador, Guatemala y Honduras. La MS-13 promueve sus operaciones violentas y su cultura de pandillas institucionalizada con relativa facilidad a través de las fronteras de estos países. Este factor migratorio es lo que define al grupo como una pandilla transnacional.
Sin embargo, su origen no fue en ninguno de los países del NT, sino en el área de Pico Union en Los Ángeles.
Durante las décadas de los 70 y 80, decenas de miles de familias centroamericanas buscaron refugio en los EE. UU. debido a las guerras civiles y los golpes de estado en su país, cuyo instigador principal fueron los EE. UU. Las familias que huían se asentaron principalmente en barrios segregados y marginados de ciudades como Los Ángeles, Washington, DC y Nueva York.
Muchos inmigrantes de América Latina son una adición reciente a los barrios pobres de las zonas urbanas negras. Las condiciones económicas hablan por sí mismas. En 1989, el 40 por ciento de los hombres que vivían en guetos / barrios trabajaban a tiempo parcial o estaban desempleados, y solo el 15 por ciento de las mujeres trabajaban a tiempo completo. Para el primer trimestre de 2019, el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos (DOL, por sus siglas en inglés) reportó un 15,9 por ciento de desempleo para los latinos de todos los géneros de 16 a 19 años de edad.
Por supuesto, las cifras del DOL subestiman el número de trabajadores indocumentados, cuyas frágiles condiciones laborales de baja remuneración e inestabilidad se multiplican porque carecen de requisitos gubernamentales para trabajar debido a su estatus migratorio.
Las dificultades que enfrentan los refugiados centroamericanos. Los migrantes se encuentran con la cruda realidad de la forma en que viven los nativos de color en los EE. UU. Una vez en este lado de la frontera, los refugiados se enfrentan a una lucha desesperada por conseguir vivienda básica y por satisfacer sus necesidades cotidianas. Sufren de discriminación cultural y lingüística, y de racismo descarado en la educación y el empleo.
En mi propia experiencia de migrante del Caribe al Bronx, presencié lo fácil que era que los jóvenes como yo se involucraran en actividades ilícitas en nuestras comunidades, para luego ser castigados por la policía y el sistema de justicia penal. Asistíamos a escuelas superpobladas con pocas o ninguna actividad extraescolar, y veíamos a muchos de nuestros compañeros unirse a las filas de estudiantes desempleados que dejan la escuela, que no tienen esperanzas y que pasan el tiempo en las esquinas o frente a los edificios de apartamentos.
Un inmigrante guatemalteco que conozco fue abordado por pandillas como la MS-13 cuando vivía en L.A. en la década de 1980. Habla de los desafíos que enfrentó en ese momento de su vida para no unirse a ellos. Pero el meollo de lo que dice es que su experiencia fue solo la de un individuo entre muchos miles de personas.
La violencia fluye de arriba hacia abajo. Después de los disturbios de 1992 que sacudieron a Los Ángeles cuando fueron absueltos los cuatro policías que golpearon brutalmente a Rodney King, el gobierno de los Estados Unidos temió la rebelión de la clase trabajadora liderada por personas de color. Y los Acuerdos de Paz que pusieron fin a la guerra civil en El Salvador ese año fueron una excusa conveniente para comenzar un programa de deportación masiva que finalmente afectó a más de 50,000 centroamericanos. Miembros de la MS-13 y otros llevaron sus prácticas pandilleras a El Salvador, el cual había sido desestabilizado y debilitado por la guerra civil.
El número de miembros de la MS-13 en todo el mundo es relativamente pequeño en comparación con la población de los centroamericanos que viven en los EE. UU. y en los países del Triángulo del Norte, aunque las tácticas violentas de la pandilla hacen más fuerte su amenaza.
Si bien muchos de ellos son niños, los miembros hostigan a otros niños y familias inmigrantes vulnerables en las comunidades de clase trabajadora, con especial brutalidad contra las mujeres. Su práctica común es exigir que los comerciantes y vecinos que residen en el “territorio” que controlan paguen cuotas semanales o sufran terribles palizas e incluso asesinatos.
Las comunidades de la clase trabajadora de Centroamérica enfrentan una doble amenaza por parte de las bandas hostiles que libran una “guerra de los pobres contra los pobres” y de los gobiernos corruptos de sus países que lideran la guerra general contra los pobres. La vida de las familias en estas comunidades es insostenible, y no tienen otra opción que organizar caravanas para viajar al norte.
El imperialismo estadounidense es responsable de crear el caos económico y social en América Central, que ahora posee el mayor porcentaje de miembros de la MS-13. El sistema capitalista en decadencia, no los inmigrantes, produjo las altas tasas de pobreza y las divisiones de clase y raza que sembraron la semilla de la MS-13 en Los Ángeles.
La violencia en la cultura estadounidense comienza desde los escalones más altos, como el Pentágono y, de hecho, el mayor líder de pandillas está sentado en la Oficina Oval de la Casa Blanca. Hemos visto ejemplo tras ejemplo de la brutalidad de la agenda de deportación masiva que Clinton, los Bush y Obama iniciaron incluso antes de que Trump asumiera el cargo.
Hay que darles una oportunidad a los jóvenes inmigrantes. Las pandillas existirán mientras vivamos en una sociedad basada en el racismo y la desigualdad económica y azotada por la falta de acceso a viviendas, escuelas, empleos y servicios sociales para la mayoría de los trabajadores y los pobres.
En última instancia, debemos deshacernos del capitalismo para poner fin a la devastación de las economías de Centroamérica que expulsa a las personas de sus países de origen al igual que produce condiciones de vida imposibles para los inmigrantes aquí en los Estados Unidos. Mientras tanto, debemos exigir que la administración de Trump y los medios de comunicación convencionales abandonen sus mentiras propagandísticas y la estigmatización de los inmigrantes latinos.
El gobierno de los Estados Unidos debe detener la deportación y persecución de familias indocumentadas y otorgar a todos los inmigrantes el derecho a trabajar, así como la ciudadanía. Presionemos para que se elimine la financiación de ICE y para que se use ese dinero para escuelas públicas y programas sociales que ayuden e integren a los jóvenes inmigrantes, y que no los marginen ni criminalicen.
Luis Tejada, miembro del Consejo de Camaradas de Color del Partido de Libertad Socialista y Mujeres Radicales, trabaja como consejero de salud mental para inmigrantes. Envíale tus comentarios a FSnews@socialism.com.