El ataque al Capitolio el 6 de enero por parte de una multitud enfurecida de extrema derecha, incitada por Donald Trump, fue un momento decisivo en la historia de Estados Unidos. Fue algo sin precedentes y especialmente escalofriante. Quizás lo más importante, sin embargo, fue que puso de manifiesto dramáticamente la necesidad de que los trabajadores y los oprimidos hagan frente a la creciente amenaza fascista, ahora mismo.
El objetivo era impedir por la fuerza que un gobierno electo tomara el poder; en otras palabras, fue un intento de golpe. No lo lograron, y no fue gracias a los guardianes oficiales de nuestra seguridad, pero los merodeadores habían probado su fuerza y enviado una invitación inconfundible para que otros se unieran a su causa. Cada día surgen más pruebas de la planificación coordinada que se usó para este ataque. Según los informes, esto incluyó un recorrido por el Capitolio en el beneficio de los insurrectos el día anterior dirigido por un representante del Congreso.
Es cierto que no todas las decenas de miles de personas que asistieron al mitin pro-Trump temprano ese día eran neonazis, pero el elemento clave del ataque al edificio fueron los fascistas como los Chicos Orgullosos (Proud Boys) y los Guardianes del Juramento (Oath Keepers), haciendo alarde fanáticamente de su ideología racista, misógina, antisemita, heterosexista, xenófoba y anti-izquierdista.
Los horrendos eventos del día no surgieron de la nada, y su causa es mucho más profunda que los cuatro años de Trump como el Fanático-en-Jefe. Lo que Trump hizo durante su gobierno fue permitir el surgimiento de una corriente fascista ya existente en los Estados Unidos, la cual es a veces subterránea y otras veces obvia y visible. Como presenciamos claramente el 6 de enero, esta corriente está representada no solo en grupos de matones callejeros sino en instituciones y agentes del estado: policías, congresistas, militares, gobierno local.
En 1954, durante la era de McCarthy, el fundador del trotskismo estadounidense James P. Cannon escribió lo siguiente: “Un movimiento fascista no surge de la mala voluntad de demagogos maliciosos”. En cambio, continuó, es el producto de “la crisis incurable del capitalismo”, que hace que la clase dominante “sea incapaz de mantener un gobierno estable a través de las viejas formas democráticas burguesas”. (Ver “El fascismo y el movimiento de los trabajadores“).
En otras palabras, el capitalismo lleva dentro de sí las semillas del fascismo, las cuales brotan cuando el sistema de lucro tiene serios problemas y la gente se desespera y están dispuestas a desafiar el estatus quo.
Entonces, ¿qué se puede hacer? Educar, organizar y contraatacar.
Como escribió Cannon en su ensayo de 1954, “Los inicios de un movimiento fascista que apunta a tomar el poder en este país, y el fascismo que ya está en el poder, no son lo mismo. Entre uno y otro existe un prolongado período de lucha en el que finalmente se decidirá el asunto. Aquel que reconozca este hecho y ‘haga sonar la alarma’, y así ayude a preparar la lucha de los trabajadores, hará lo más importante que hay que hacer en este momento”.
Aprender sobre el fascismo, su naturaleza y su historia, es un primer paso esencial; esta instrucción se necesita con urgencia en el movimiento sindical. ¿Por qué? Porque es ahí donde la clase trabajadora está más organizada, es potencialmente más fuerte y cuenta con la huelga general como su arma más poderosa. Y porque, precisamente debido al potencial del movimiento obrero, su destrucción es el objetivo final del fascismo.
De la mano de la educación debe ir la construcción de alianzas sólidas y la acción conjunta. Es necesario enfrentarse físicamente a los neonazis para combatir el miedo que engendran y al mismo tiempo brindar una alternativa esperanzadora, racional y humana a su odioso mensaje de supremacía blanca. Los sindicalistas de base deben exigir que sus líderes formen guardias de autodefensa para proteger a todos y cada uno de los objetivos de la ultraderecha.
Los trabajadores y las personas oprimidas no pueden confiar en la protección de los poderes fácticos, pues estos apoyarán al fascismo como último recurso para salvar el sistema de lucro. Necesitamos crear un movimiento anticapitalista multirracial disciplinado que incluya a activistas de Black Lives Matter, inmigrantes, luchadores por la justicia reproductiva y más: todos aquellos para quienes los fascistas representan un peligro y aquellos que ya luchan por sus derechos. Y no podemos tardarnos más.