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Publicamos fragmentos del documento titulado “Standing on the Edge of Something Big” (“Estamos ante algo grande”), emitido por la convención del FSP de septiembre de 2016.

Estas secciones analizan la naturaleza económica y política de estos tiempos y la historia que condujo a la realidad actual. Otras examinan el decline de la democracia capitalista; las elecciones de 2016; el recrudecimiento de los conflictos de clase y el activismo social; y la guerra de ideas en la sociedad y en los movimientos. El documento concluye explorando cómo el FSP puede ponerse a la altura de los desafíos haciendo que la clase trabajadora y el pueblo oprimido los encaren a través de un optimismo de la práctica.

Gracias al Partido Obrero Socialista de México por la traducción, en www.30-30.com.mx/.

Mirada de conjunto

La elección en los EU de 2016 marca un cambio definitivo en el clima político. El espejo retrovisor nos muestra una era de largas décadas de relativa paz laboral, de estancamiento relativo en los movimientos, durante los cuales la guerra se hizo permanente y una enorme cantidad de riqueza fue transferida de los trabajadores y de la gente pobre a la élite dominante. El nuevo periodo fue inaugurado por la Primavera Árabe con la Revolución en Túnez en diciembre de 2010, y es de creciente inestabilidad y de extrema polarización internacional. La impredecible y tempestuosa elección en EU, caracterizada por la candidatura del popular advenedizo y fanático multimillonario Donald Trump, y el autollamado socialdemócrata Bernie Sanders, es un deslumbrante ejemplo de esta volatilidad y de la aguda división.

La inestabilidad política emana de la inestabilidad económica. El neoliberalismo fue la respuesta del capitalismo al fin del auge económico habido luego de la Segunda Guerra mundial y a la obstinada tendencia a la recesión que se instaló durante los años 70s. A través de echar abajo las barreras comerciales, de la intensificación de la explotación de los trabajadores en todos lados, del robo de la salud pública mediante la privatización, el neoliberalismo fue exitoso en mantener al capitalismo con vida. Sin embargo, no pudo revertir el curso declinante de un sistema anticuado cuyas contradicciones habían devenido en agudas. Como estrategia para retornar al sistema de ganancias a su salud juvenil, el neoliberalismo fracasó. Pero los capitalistas se aferran a éste porque carecen de otra estrategia que lo remplace.

La guerra permanente es la compañera del neoliberalismo, también devastadora, también fallida como estrategia, y también sin que su fin esté a la vista. Además de un inconmensurable sufrimiento humano y daño ambiental, las aventuras militares imperialistas causaron una extendida desaprobación en Estados Unidos y ayudaron a provocar las revoluciones que querían prevenir. En este punto, la contrarrevolución tiene la iniciativa, pero no ha podido contener las revueltas.

Como el capitalismo continúa degenerando, con la resultante inestabilidad, polarización y guerra permanente, la crisis de liderazgo está en todos lados –en la clase dominante, en la clase obrera y en la izquierda. Al mismo tiempo, las condiciones que experimenta la clase trabajadora y la opresión están provocando brotes de resistencia en los EU e internacionalmente, en una escala que no había sido vista desde hace mucho tiempo.

De la revolución a una relativa paz social

En las primeras décadas del siglo pasado, el capitalismo fue azotado por la revolución en Rusia, por rebeliones obreras y por la Gran Depresión. Resolvió sus más agudos problemas con la Segunda Guerra Mundial, la reconstrucción de Europa y una permanente militarización de la economía. El auge de la posguerra inhibió el desarrollo de movimientos radicales. Esto fue especialmente cierto en los EU, el principal país que se benefició económica y geopolíticamente de la conflagración.

La prosperidad de aquella época se extendió a una amplia capa de la clase trabajadora. Pero los trabajadores compartieron esa prosperidad inequitativamente, basada en el color de la piel, el género, el status de inmigrante, etc.; los principales beneficiarios fueron los empleados públicos y la aristocracia obrera, los mejor pagados y los trabajadores más experimentados. El hecho de que esa prosperidad había sido creada a través de la superexplotación de los trabajadores extranjeros alimentó el nacionalismo, el conservadurismo y la lealtad hacia el gobierno de EU de los sectores más privilegiados del proletariado.

No fueron los años de oro para los trabajadores, sino el gran salto adelanto del imperialismo.

Un factor considerable para comparar la estabilidad de las décadas luego de la SGM, fue la Guerra fría. El gasto militar propulsó al alza la economía. Pero la guerra fría y caliente también impulsó la economía en otras direcciones: “La guerra y la consiguiente carrera armamentista detonaron un progreso sin precedentes en la ciencia, la medicina y la tecnología. Los años comprendidos entre 1940-1960 fueron los del descubrimiento del ADN y los del desarrollo de las píldoras anticonceptivas.”

Junto con este impulso a la prosperidad, la guerra fría también modificó los conflictos de clase en otras direcciones. La “coexistencia pacífica” no fue en realidad paz en todo el globo. Sin embargo, en ese punto muerto entre la URSS y los EU, la primera subordinó el avance de la revolución a los intereses de la burocracia estalinista, al mismo tiempo que le ponía ciertos límites al imperialismo. En los países industrialmente avanzados, prevaleció un equilibrio con algunas sacudidas entre los países y las clases.

Con el colapso de la Unión Soviética en los comienzos de los 90s, y con el alza del neoliberalismo como una respuesta del imperialismo al estancamiento económico habido durante los años 70s., un nuevo sistema se ha instalado, que ha sido denominado un mundo “unipolar”. En esencia, Washington hizo lo que le vino en gana internacionalmente. Entre sus primeras metas estuvo el control del petróleo. Una característica de esta nueva “estabilidad” vino a ser la guerra permanente. Esto último fue lo que nos condujo a la actual situación mundial: una rampante inestabilidad, acompañada de una crisis económica capitalista irresoluble. Las décadas que siguieron a la última gran avalancha de huelgas y de protestas obreras en los EU a fines de los años 40s fueron predominante reaccionarias. Sin embargo, las ganancias llegaban y se consolidaron durante un tiempo.

Primero que nada, las exitosas guerras y campañas por la independencia nacional barrieron con el colonialismo en África y Asia, especialmente durante los 50s y los primeros años 60. En África, 16 países conquistaron su independencia sólo en un año, en 1960. Continuando la Revolución china de 1949, aparecieron estados obreros deformados como en Cuba y Vietnam, que desafiaron tanto al gigante yanqui como la “détente” del stalinismo con el imperialismo.

Todos estos procesos mostraron que el rey, si no desnudo, por lo menos podía ser retado y derrotado bajo ciertas circunstancias. En los EU, McCarthy entrevistó a su último testigo en 1954. Un año después, Rosa Parks cambió el mundo al sentarse en la parte delantera de un autobús de Alabama. El movimiento por los derechos civiles como lo conocemos hoy día había comenzado.

Este movimiento y la lucha de las Panteras Negras que le siguió alteraron el paisaje político para siempre. A nivel internacional, reforzaron y fueron reforzados por las batallas en contra de la dominación colonial y la segregación en Suráfrica. En EU, a partir de ellos vino una reacción en cadena de movimientos que todavía reverbera.

Al día de hoy, quedan fragmentos de las reformas ganadas con las movilizaciones de los años 60s y los 70s: seguridad; acceso legal al aborto y a la contracepción; derechos electorales; oportunidades y protección legal para las personas en situación de discapacidad; y otras más. Lo que esto nos muestra es que las reformas sin revolución no son perdurables.

Pero hubo algo que persistió: un profundo y extendido cambio en la conciencia. A pesar de la malévol persistencia del institucional e individual sexismo, racismo y la homofobia, las actitudes actuales de la mayoría de la gente –especialmente de la juventud- se han vuelto más progresivas. Las creencias de la mayoría difieren dramáticamente de los que tienen más de 60 años en temas como los roles de género, los derechos de las mujeres, sobre la gente de color y los inmigrantes en la sociedad, los derechos de las personas LGBTQ, en lo que concierne a la conciencia ambientalista, las corporaciones en los EU, la integridad del gobierno, el sistema bipartidario en los EU, sobre capitalismo y socialismo. Estos son cambios con poderosas consecuencias.

Un fin a la estabilidad

Todo esto, más o menos, nos trae al día de hoy, a la obstinada crisis económica que surge de la contradicción fundamental del capitalismo, lo que el Manifiesto Comunista llama la “revuelta de las fuerzas productivas modernas en contra de las condiciones de producción modernas” –por ejemplo, el sistema de ganancia. Este antagonismo básico causa sobreproducción, que es continuada por recesiones y depresiones cada vez más largas y más agudas, como la que comenzó a fines de 2007.

Como resultado de la crisis y de la miseria, rabia y desesperación, hay un cambio global a una profunda inestabilidad y polarización.

De acuerdo con los gurús de la clase dominante, el mundo está en la mitad de una “Cuarta Revolución Industrial”. Pero esta revolución, en lugar de crear empleos, los está destruyendo. Los políticos se han deslizado a un programa nacionalista que achaca los empleos perdidos a las compañías que se han dislocado hacia otras regiones y a la injusta competencia internacional. Pero ellos no consideran el papel del progreso tecnológico.

La localización de los trabajadores cambiará de acuerdo con las condiciones que pueda o no imponer el capital: ¿en dónde pueden operar con los más bajos sueldos y las menores restricciones? Pero el progreso tecnológico es una constante histórica. Con el paso del tiempo, los humanos mejoran los métodos mediante los cuales sobreviven. O, para decirlo de otra manera, la productividad laboral crece.

El incremento de la productividad significa que decrece el tiempo necesario para producir bienes y servicios. Esto podría significar que la gente podría contar con más tiempo para lo que ama hacer y menos tiempo para el trabajo que sirve sólo para vivir. Esto significaría que el tiempo necesario para mantener a la sociedad se compartiría y que todos tendrían un empleo. Pero en el capitalismo no ocurre nada parecido.

En esta época el progreso implica pasos hacia la automatización, digitalización, inteligencia artificial, realidad virtual –todo será asistido por robots en cajas automáticas en los almacenes. El auge tecnológico está generando sobreproducción al mismo tiempo que destruye empleos, lo cual es una receta para el colapso económico. Mientras se preparaba el Foro Económico Mundial de enero de 2016, en Davos, Suiza, se informó que los avances tecnológicos podrían ocasionar la pérdida de cinco millones de empleos en los siguientes cuatro años.

La volatilidad de los mercados y el lento crecimiento económico contribuyen a lo que se describió en Davos como un humor sombrío. La ansiedad capitalista es una enfermedad multibillonaria que se extiende silenciosamente bajo la superficie del sector financiero global: préstamos tóxicos. El problema de la deuda no es nuevo. Pero se ha visto enormemente exacerbado por la borrachera de créditos –en los EU, notoriamente en la industria energética- y con el endeudamiento del gobierno para estimular la economía podemos salir despedidos a una crisis como la Gran Recesión. Los grandes bancos le otorgan masivos créditos malos de Europa, en donde la deuda en total llega al billón de dólares, y a Brasil, en donde la crisis se está agudizando. En Puerto Rico, el congreso de EU está usando su deuda de 72 mil millones de dólares como excusa para imponer una dictadura económica a través de los siete miembros de la Autoridad de Control Financiero –para hacer con la isla lo hecho en Detroit a través del “gobierno de emergencia”.

La Gran Recesión oficialmente duró en los EU de diciembre de 2007 a junio de 2009 y se esparció por todo el mundo en 2008 y 2009. Afectó cuando menos a 60 países, de Venezuela a Albania a Grecia, en donde persistió durante 63 meses espeluznantes –más de cinco años.

China es un caso especial en algunos aspectos, pero atrapado en contradicciones parecidas. Sus problemas, su estancamiento tiene que ver con monstruos como los de los EU y Japón, que a su vez les causa problemas a sus socios comerciales. Australia, uno de los pocos países que ha esquivado la bala de la recesión mundial, es un ejemplo. Su crecimiento en los años recientes ha dependido fuertemente de la exportación de recursos minerales a China. Ahora, debido a que ha sido lenta la expansión china, Australia está sintiéndose en apuros y el gobierno está aplicando una clara agenda anti obrera.

En los EU, la recesión de 2007-2008 fue la más larga y la peor desde la Gran depresión de los años 30s., el empleo aumentó lentamente en los años recientes y el índice de crecimiento del PIB fue anémico –aproximadamente la mitad del de los años previos a la recesión-. Y la recesión evaporó las cantidades masivas de riqueza de los hogares, especialmente de los negros y otra gente de color, y sirvió como pretexto para lanzar un asalto sin límites a las conquistas que por medio de la lucha de más de un siglo la clase obrera había logrado, tanto en los EU como en los países desarrollados.

Más malas noticias: los economistas burgueses predicen que al siguiente presidente le tocará lidiar con una nueva recesión, y pronto. La pregunta del millón de dólares: ¿el movimiento obrero organizado está listo para responder con más agresividad a como lo hizo en el pasado?

Cuando la crisis golpea, las bases siempre muestran signos de que están dispuestas a pelear. Sin embargo, los líderes siempre aplican los frenos, al aconsejar que se dependa de falsos amigos del Partido Demócrata. Esto se debe a la inclinación natural que tienen los que están más arriba en los sindicatos a actuar dentro del sistema; han sido incapaces de reconocer la necesidad de la independencia de clase del movimiento obrero. Encima de eso, la habilidad y disposición de lucha se vieron erosionadas durante las décadas de prosperidad, macartismo y el ataque de la derecha contra los sindicatos.

Pero los temblores de los tiempos también están llegando al movimiento obrero. El apoyo sindical al autodenominado socialista Bernie Sanders es significativo. Sanders corre a ser un Demócrata, es cierto, pero se hizo atractivo a los trabajadores por sus posiciones por fuera de la doxa demócrata. Siete sindicatos nacionales lo endosaron, incluyendo los 700 mil miembros de los Trabajadores de las Comunicaciones de EU después de una votación general. Más de 60 sindicatos locales y cuerpos regionales también lo avalaron y arriba de una docena de ellos se inclinaron por Sanders desafiando la organización nacional que estaba con Clinton. Esto es algo que debe remarcarse. Estos acontecimientos nos muestran un espíritu de lucha y un avance en la conciencia como dijimos arriba.

Pero esto no cambia el hecho de que los altos dirigentes obreros hagan una labor nociva durante el enorme embate en contra de los trabajadores y los sindicatos, en la cual los jefes están tratando de destruirlos, antes de que la agudización de la siguiente crisis económica y la consiguiente inestabilidad incremente la radicalización. Cuando ese tiempo llegue, los líderes obreros tendrán que decidir: luchan o mueren.

***

Así como los pilares políticos en los cuales el orden social está construido empiezan a desmoronarse, así como los derechos son suprimidos o recortados y el poder se centraliza más, el pueblo responde con una mayor desconfianza al gobierno y protesta. La clase dominante entonces redobla sus ataques en contra de los derechos civiles mientras confía más en la violencia estatal para anular la disidencia y perseguir sus fines en casa y en el extranjero.

Sin embargo, no importa que para degradar las protestas legislen, las restrinjan y las incapaciten: la agudización de los antagonismos irreconciliables significa algo más: la explosión social es inevitable.

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